El asesino entre los escombros by Cay Rademacher

El asesino entre los escombros by Cay Rademacher

autor:Cay Rademacher [Rademacher, Cay]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2011-01-01T05:00:00+00:00


Un papel y una testigo

Miércoles, 5 de febrero de 1947

Stave mira por los cristales congelados de su apartamento. Es muy temprano. No vale la pena ir a la Central y luego desandar otra vez casi todo el camino hasta Marienthal para hablar con la mujer del desaparecido. Por otro lado, tampoco es que pueda presentarse en su casa a las seis de la mañana y llamar al timbre como hacía antes la Gestapo. Así que se dedica a contar las plaquitas de hielo que se han formado en el borde del témpano que ocupa el centro de la ventana, le echa el aliento e intenta, en vano, olvidar el frío y el dolor de la pierna.

Poco a poco va saliendo el sol. Por fin Stave se levanta. Si va dando un paseo, no llegará antes de las ocho, y a esa hora ya no hay nadie que duerma, con esas temperaturas.

Marienthal es un remanso de paz, un barrio de villas del este de Hamburgo que queda a solo unos cientos de pasos del edificio de apartamentos de Stave. Los Aliados nunca atacaron Marienthal. Como mucho cayó allí alguna bomba perdida.

Stave recorre Ahrensburger Strasse en dirección al centro. La luz es grisácea y los peatones se evitan unos a otros. Nadie mira a los demás; nadie se acerca ya a los edificios en ruinas, a pesar de que los escombros podrían protegerlos del viento helado.

Se detiene junto a una columna de anuncios y estudia la última obra de Investigación Criminal; un cartel de búsqueda, encolado en algún momento de esa misma mañana, en el que se lee: ¡RECOMPENSA DE 5000 MARCOS DEL REICH! A continuación se muestran las fotografías de las tres víctimas. «Un asesino suelto —dice debajo—, una bestia con forma humana». Después siguen las descripciones detalladas de las víctimas y los lugares donde se las ha encontrado. «¿Nadie echa en falta a las personas asesinadas? ¿Puede alguien desaparecer en esta ciudad sin que alguno de sus familiares, amigos o conocidos se preocupe por él?». Y eso lo he escrito yo, piensa Stave con asombro. Debía de estar cansado.

Un parque diminuto en el lado izquierdo de la calle, apenas mayor que un solar. Adoquines, árboles y arbustos talados hasta la raíz, los esqueletos de dos bancos cuyos listones de madera ha arrancado alguien.

Stave tuerce por Eichtalstrasse. A ambos lados de la calle hay villas de dos pisos, con tejado y frontones que dan a la calzada. Cada casa es diferente: con ladrillo rojo visto, pintadas de blanco o amarillo, cubiertas de hiedra… Castaños y hayas rojas junto al borde del pavimento, algunos mutilados, otros todavía en pie. Sus pasos resuenan con fuerza sobre los adoquines. Quinientos metros más allá murió quemada Margarethe, y aquí todo sigue igual que siempre, piensa Stave.

Llega a un pequeño jardín delantero descuidado bajo una capa de escarcha sucia. Detrás hay una villa con estrías de suciedad en la pintura blanca y un postigo torcido en una ventana; por lo demás, está bien conservada. Una fina



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